LAS MOMIAS DE SAN ROMÁN, TOLEDO

A la muerte de Sancho III, y por la minoría de edad de su hijo Alfonso, la ciudad era gobernada de forma despótica por una facción nobiliaria; los Castro. Don Esteban Illán, un afamado noble que tenía su residencia en lo que hoy conocemos por la Casa de Mesa, contagiado por el ambiente popular contrario a los gobernadores, quiso terminar con el mandato de los Castro partiendo para Maqueda en busca del legítimo rey. Allí, custodiado por gran cantidad de soldados, estaba alojado el joven heredero del trono, que por entonces apenas era un chiquillo de corta edad. Illán recoge al Infante Alfonso y lo trae en secreto a la ciudad, pero como no es fácil esconderlo decide acondicionar la torre de San Román para que el Infante pudiera descansar en un lugar acorde a su alcurnia.
Amanece el 16 de agosto del año 1166, y el sol comienza a acariciar con sus primeros rayos la parte más elevada de la torre de la iglesia de San Román, convertida en improvisado y lujoso aposento real para la ocasión. Los clarines rompen el silencio de la temprana hora despertando a toda la población, a la vez que don Esteban Illán, sosteniendo firmemente el pendón de Castilla desde la torre, grita con los suyos:
-¡Toledo, Toledo, Toledo por el rey Alfonso VIII!.
La población despierta alarmada por el ruido, pero no sabe que partido tomar por miedo a las represalias de los Castro, que de inmediato acuden con todos sus efectivos en un intento de sofocar la revuelta. Pero los de Lara, enemigos acérrimos de los Castro, unen sus fuerzas a don Esteban Illán, y al poco tiempo hacen lo propio gran número de toledanos, igualándose así en número a sus adversarios.
La lucha fue virulenta en todos y cada uno de los rincones de Toledo, y especialmente en las cercanías de la iglesia de San Román, donde la calle quedó prácticamente oculta por los cadáveres de ambos bandos, aunque mayoritariamente de los Castro. Finalizada la batalla quedó triunfante el bando comandado por don Esteban Illán, quedando así los Castro fuera del poder. Alfonso fue declarado mayor de edad, y desde aquel día comenzó a reinar como Alfonso VIII.
Quedan muchos testimonios y recuerdos documentales de aquel acontecimiento, pero ninguno tan horrible y revelador como el que, hasta no hace mucho, podíamos contemplar en una lúgubre y húmeda habitación del templo de San Román. Allí, hacinados en un rincón, se apiñan gran número de esqueletos humanos, mientras que en la parte más profunda del aposento se amontonan numerosas momias que muestran diversas y violentas posturas.
Son todos los que perdieron su vida aquella histórica mañana del 16 de agosto del año 1166